Un día de invierno, a finales de 1995, estando en una cervecería alemana con unos compañeros de clase, se desveló mi extraña habilidad.
Yo pensaba que era algo normal, que cada cual tiene sus rarezas. Sin embargo, aquellas caras evidenciaban estar ante algo extraordinario.
Once meses más tarde, después de demostrar en varias sesiones de casting lo que podía hacer, me encontré en un plató de televisión a hora de máxima audiencia dispuesto a mostrar mi peculiaridad.
Si tienes más curiosidad, puedes ver la apuesta entera aquí.
Desde aquel instante, creció progresivamente el número de personas que me califica de friki, y exponencialmente el de los que me conocen como el “cuentaletras”.
Poco después, comencé a jugar a escribir. La Biblioteca de la Facultad era mi hábitat, y la cafetería, claro. Uno de mis primeros relatos fue publicado como finalista de un premio. En la Facultad me entretenía mandando relatos a concursos. Cuando acabó la carrera universitaria empezó la de creativo publicitario.
En 2007 apareció el punto de inflexión. Una historia que te obliga a volver a escribir definitivamente. En 2008 se publicó El niño del Chupa Chups. Narra una vivencia tan intensa que hubo de convertirse en libro sin remedio.
En 2010 se publicó El tátara tátara tátara tatarabuelo, una novela corta del absurdo que me gustaría reeditar.
En 2009, supe de Georges Perec. Especies de espacios fue mi aproximación. Descubrí una manera de acercarse a la Literatura que tenía mucho que ver conmigo. Me identificaba con sus juegos formales y su narrativa autobiográfica.
Investigué, busqué todos sus libros y los leí examinando, admirado, las reglas de sus juegos.
Cuando leí El secuestro, imaginaba a los traductores. En francés se titula La disparition, una novela de 320 páginas en la que Georges Perec prescinde de la letra “e”, vocal más utilizada en dicho idioma. Imaginen a los traductores. Eso no es una traducción de una novela, es la reescritura de un lipograma de 320 páginas tratando de seguir un hilo narrativo similar. A menudo he pensado en esa titánica tarea. Gracias a ese inmenso reto, los cinco traductores que acabaron el trabajo recibieron el prestigioso premio Stendhal, aunque pasaron más de 20 por el proyecto.
Seguí profundizando. Deseaba conocer todo acerca del OuLiPo, pero me costó dar con un estudio serio en castellano.
Logré localizar un número de la desaparecida revista Anthropos de Documentación científica de la cultura, en el que se analiza la obra de Perec. Al final del ejemplar, dedican unas páginas al OuLiPo, y se describen muchas de sus técnicas, desarrolladas en las reuniones del Taller desde los años 60.
A día de hoy el Taller de Literatura Potencial sigue muy activo y vigente.
Quedé colgado ante la literatura semo definicional. Ejercicios de incomprensión es fruto de esa fascinación.
Con el tiempo y gracias a las RRSS, en 2015 empecé a conectar con el micromundo del OuLiPo en España. Un día tropecé virtualmente con Pablo Martín Sánchez, único miembro español del Taller de Literatura Potencial. Citaba a los interesados en un pequeño teatro. Entre las 40 personas asistentes, distinguí a varios escritores y escritoras que conocía o reconocía.
Pablo Martín Sánchez resultó ser un tipo encantador y un orador muy ameno. Charlamos después del evento y me preguntó por mi extraño proyecto. Quedó sorprendido por mi adicción al LSD poético.
Hablamos de textos oulipianos en castellano. Me habló de Eduardo Berti, un miembro argentino del OuLiPo. Me mencionó un título: un verso en una casa enana de Pablo Moiño, publicado por La Discreta. Me interesa mucho el proyecto de esta editorial.
En esos días, Pablo Martín Sánchez estaba presentando en Madrid este libro para La Uña Rota. Me invitó a la presentación en el Museo Reina Sofía, aunque allí estaba más desbordado y no tuvimos oportunidad de comentar nada.
En nuestra última conversación, en Febrero de 2019, charlamos acerca del manuscrito de Ejercicios de incomprensión y le pedí su dirección para enviárselo.
Una semana después me sobrevino un tsunami personal. Me desconecté del mundo exterior. Mi familia necesitaba toda mi energía y mis capacidades. Todo lo demás quedó congelado en el tiempo.
Cuatro años después, he encontrado el espacio para cerrar este proyecto.
Ahora que vuelvo para publicar el libro, quiero aclarar que no soy ni pretendo ser miembro del OuLiPo.
En primer lugar, porque mi nivel de francés es muy deficiente, y el tema de pertenecer a cualquier grupo hasta la muerte, me abruma incluso en broma.
Soy la evolución lógica del chaval que ingenió un juego extraordinario utilizando las letras. Soy él dos décadas y media después. Aunque en el Qué Apostamos solamente cuente las letras de los textos , hoy reparo en que aquella noche se mostró el juego incompleto. Falta una regla muy relevante: después de acabar de contar las letras, reescribo el texto en mi mente para que tenga un número de letras múltiplo de 5 sin que cambie su significado.
Acaso fue ésa la primera constricción a la que me enfrenté.