Mientras los procesos de corrección, maquetación y diseño iban acercándose al final, me tocaba investigar en busca de la imprenta adecuada.
Investigué en internet y me sorprendí de la cantidad de opciones. Indagué decenas de webs. Cuando hay tanto donde elegir, puedes permitirte ser un poco quisquilloso.
A medida que avanzaba en mi rastreo, iba acumulando opciones hasta que me sentí abrumado. Escogí tres de ellas a menos de 10 km de casa, y pospuse el email de solicitud de presupuesto.
Lo cierto es que quería visitar al menos dos de ellas.
Necesitaba charlar con alguien que me pudiera resolver las dudas lógicas de un autoeditor neófito. Además, me aporta confianza conocer el lugar y a la gente en cuyas manos iba a dejar mi libro.
Ese mismo día hablé con Carmen y le comenté el asunto.
Lógicamente, después de muchos años de profesión, ella tiene sus proveedores de confianza. Me recomendó a Fernando, de Coboprint. La imprenta está en el Polígono Industrial de Vallecas, pero él vive en Rivas. Podríamos quedar en cualquier momento para charlar cara a cara.
No hay reseña en internet que pueda competir con una recomendación de alguien de tu confianza.
Llamé a Fernando y hablé con él. Me pasaría por la imprenta. Así hablaríamos in situ del presupuesto, de impresión bajo demanda, de tipos de papel, de encuadernaciones, del ISBN, del Depósito Legal… El círculo se iba cerrando. Si esa cita iba como esperaba, tendría mi pequeña infraestructura para autoeditar con calidad éste y cualquier otro libro.
Simultáneamente, inicié la gestión del ISBN.
Me sorprendió lo sencillo que resulta. Una vez pagas (todo empieza así), tardan unos días en enviarte las credenciales para acceder a la plataforma.
Cuando recibí el email y accedí, mi número ISBN estaba creado y aparecía en mi panel de control, en el apartado de Altas.
Eso sí, tenía que rellenar el formulario con todos los datos de la obra para recibir el alta definitiva. Fui ojeando todos los apartados y apenas me surgieron dudas. Si acaso algunos datos que podrían aclararme en imprenta fácilmente.
Así pues, desapareció el fantasma del trámite empantanado.
Me preparé un café, me armé de paciencia y me dispuse a releer atentamente ese dichoso formulario lleno de pestañas con decenas de epígrafes.
Ya se había acabado el café cuando tuve que detenerme.
¿Cuánto pesan exactamente 90 páginas?