Jamás había pensado en ser autoeditor de mi obra.
SI hubiese sabido llamar la atención de una editorial pequeña, pero seria, hoy no sería un autoeditor minúsculo, pero serio.
Tenía en el cajón un texto que me encantaba. Uno realmente peculiar.
Solo hice un intento de llevarlo personalmente a una editorial. También lo presenté a un premio. Ya lo había inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual antes de hacer ambos envíos.
Luego pasaron 4 años con mi vida literaria y profesional en pausa.
Cuando recuperé algo de tiempo, volví a visitar este texto.
Inequívocamente, merecía ser editado. Entonces volvieron las dudas que habían atascado el proyecto anteriormente.
Las editoriales pequeñas están sobrepasadas por la ingente cantidad de emails con manuscritos de desconocidos, como yo. Lo he escuchado de primera mano de amigos editores en infinidad de ocasiones. Es una vía muerta.
SI envías un manuscrito y te responden rápidamente que sí, desconfía y asegúrate de que estás ante una editorial seria.
En los últimos años han surgido decenas de editoriales que te cobran por unos servicios editoriales mediocres que, sin duda, podrías hacer tú mismo y que te provocarán una cierta frustración cuando sus promesas y la realidad choquen frontalmente.
Entonces topé con una guía para autoeditar de forma independiente paso a paso.
Me pareció viable.
O lo autoeditaba por mis propios medios, o tardaría años en hacer el contacto adecuado.
Hay algo que me resulta especialmente importante a la hora de autoeditar: reconocer tus carencias.
Llevar a cabo una autoedición competitiva y vistosa sin ayuda alguna, implica ser un buen escritor, corrector, diseñador, gestor, publicitario y comercial. Y seguro que me dejo algún cargo.
Así pues, una vez hecho este ejercicio, el balance salió positivo. Tenía el libro, podía diseñar, estaba obligado a gestionar y mi experiencia en Publicidad me ayudaría en ámbitos relacionados con la venta.
Por tanto, tendría que invertir algo de dinero en la corrección, la maquetación y el arte final del diseño, como mínimo. Además, como es lógico, de los gastos de imprenta.
Seguía siendo la mejor opción. Volver a empezar implicaba cerrar ese libro.
Era imprescindible.