Unos meses antes de decidir la autoedición de Ejercicios de incomprensión, me escribió una mujer a través de una red social para profesionales.
Se trataba de una diseñadora y correctora que estaba entablando contactos en busca de nuevos proyectos. Curiosamente, ella también vivía en Rivas
En aquel momento, este libro estaba abandonado en un cajón y en una web con telarañas. Ni siquiera pensé en él, pensaba más bien en algún proyecto relacionado con mi actividad publicitaria, así que nos emplazamos a colaborar en un futuro si aparecía el proyecto idóneo.
Cuando decidí convertirme en autoeditor, enseguida pensé en ella.
Ya me habían insistido antes en la importancia de contar con un corrector profesional, por muy correcto que me considerase escribiendo. Siempre hay espacios de más que no se ven, alguna palabra que acentúas mal sistemáticamente. Saltos de página, saltos de línea. Por no hablar del cuidado que requiere la maquetación para facilitar la lectura, especialmente en un libro de poesía.
Echando la vista atrás, editar el libro sin pasar por corrección, me habría ruborizado. Había infinidad de pequeñas erratas. Pero, sobre todo, tuve la sensación de que una buena maquetación le da la importancia que el texto merece.
Si no eres profesional de la maquetación o de la corrección, mi consejo es que contrates a alguien. Mi experiencia con Carmen ha sido excelente.
Hemos repasado el texto una y otra vez, hemos hablado cuantas veces han sido necesarias, he podido controlar cada paso del proceso y hemos cuidado el diseño.
Estoy orgulloso. Creo que hemos conseguido darle al libro la máxima calidad por un precio que puede pagar un escritor minoritario que se autoedita.
Si no tienes la suerte de contar con un corrector que ya conozcas, puedes recurrir a la Unión de Correctores. Allí encontrarás uno a tu medida sin dificultad.
Si hablamos del Diseño, empezaré incidiendo en que tuve una tremenda suerte:
encontré en Carmen el 3×1 (corrección, maquetación y diseño).
Eso me permitió ahorrar también tiempo y esfuerzo.
Además, gracias a softwares como Canva (un software pensado para Community Managers), me sentí preparado para aportar en este aspecto. Soy creativo publicitario. He colaborado con muchos y muy buenos diseñadores. Han pasado por mis manos infinidad de libros de diseño. ¡He sido socio de dos diseñadores!
Me sentí lo suficientemente armado para atreverme a diseñar.
Tuve muy claro que prefería ilustración a fotografía. Tuve muy claro que el libro-objeto debía llamar la atención. También tuve muy claro que no pensaba encarecer los costes con desvaríos que distrajeran del texto. Nada de fotos del blog. Una edición sencilla, pero elegante.
La cubierta debía ser un golpe visual inmediato.
Investigué entre el inmenso archivo de elementos gráficos que ofrecía el software de Diseño. En unas horas tenía varios bocetos para la portada. 3 de ellos me gustaban bastante. Después de testearlos con varios amigos diseñadores, me decanté por uno.
Eso sí, sabía que contaba con la gran ventaja de que Carmen convertiría mis bocetos en los artes finales.
Además, las aportaciones de alguien externo me vinieron de maravilla. Intercambiando opiniones, el libro fue creciendo.
Decidimos diseñar una portadilla para cada poema. Con las mismas premisas; coste mínimo, sencillez, enriquecer la edición atendiendo a los textos.
Probé distintos estilos de ilustración. La que destaco en este artículo, es un descarte. No aparece en el libro.
Me parece importante subrayar que no hay que quedarse con el primer boceto que te gusta. Hay que ser exigente. Darle otra vuelta de tuerca. Volver a probar. Tratar de ponerse en la piel de un diseñador profesional. Volver a empezar de cero y seguir buscando.
Así se fue convirtiendo paso a paso en ese objeto atractivo. Lo quería tener en mis manos ya.